Punto final
Y huele esta noche mi casa a cocido de garbanzos, qué viene siendo el olor de la casa de mi abuela cualquier domingo feliz; de aquellos de misa de once en el colegio de Sordomudos y de largos paseos con mi abuelo, fiscalizando los brotes nuevos de las flores de otoño de aquel jardín qué sólo recuerdan los que por allí corrieron y jugaron. Y está la luna en fase creciente, con forma de globo huyendo hacia cielos infinitos, qué el jueves será una esfera brillante y perfecta. Y está a punto de llegar este final de fiesta en que pondremos una manta cálida y un beso en la frente a la cueva que dormirá tranquila hasta la próxima Semana Santa, en la que solo Dios sabe quién vendrá a contar sus historias. Las ancestrales historias de las que no sabemos absolutamente nada. Nada de nada. Pero hay una comunión que nos conecta desde nuestras retinas con las manos qué dibujaron y grabaron miles de años atrás los bisontes, caballos, ciervos, uros... qué, hoy (mañana) miramos abstraídos y admirados. Cada vez que cierro una etapa, me pongo tan cursi y poética como no me permito serlo durante toda la temporada de cueva. Gracias por dejarme contar todas las historias que tejimos juntos. Gracias por conectarme con gente maravillosa. Y, también con la otra gente que sigue empeñada en meter sillas de ruedas por el ojo de una aguja. Jajajaja. Mañana comeré cocido de garbanzos como si lo compartiera con mis ancestros y celebraré haberos conocido. Punto final.
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