De Nativitatis

Envuelta en mala mar y vientos huracanados, descuidé este hermoso remanso por un riguroso orden de prioridades, cuando, de pronto, llegó Navidad. Me cagaría con gusto en la Sanidad pública y sus ineludibles recortes; en su desidia hacia la gente mayor, qué en otras culturas veneran; en mi pobre empatia y en mi mal carazzzzter, si no fuera porque el Colasu ( qué ye la ferretería de Tapia) ha puesto un Belén en uno de sus escaparates, al que se le intuye tanto cariño en las manos que cortaron y plancharon las microtelas del mercader, que unió con sedal invisible a la paloma que vuelve al nido a alimentar a los pichones, que colocó cada pan y cada pastelillo en la estantería del panadero y se ocupó de poner agua en el minúsculo oasis dónde pasta un rebaño de camellos con sus crias, qué, al final, me tengo que comer los mocos y rendirme a lo evidente. Hay, existe, es Navidad. Este año, los candiles de mi árbol tililaban peligrosamente, porque la ventisca se llevó a Tato y sus risas de vermú y su recoña navideña qué todo lo disculpaba, menos la intolerancia. Nos quitó a Jimena, cuando ya tenía su nido hecho y confortable, después de luchar sus primeros 16 meses de vida, como si ésta le fuera en ello. Desgastó nuestra paciencia una lucha, ajena a nosotros, de irreductibles médicos imbuidos en su guerra feroz por una cabeza de serie en la que, parece ser que la orden fué no hacer prisioneros. Son heridas cortas y profundas con alta posibilidad de infección. Pero, de pronto, una tarde lluviosa y oscura, sales del ALSA en Tapia, qué ni siquiera es mi verdadero hogar, y ves un misterio tatuado en el dintel de la iglesia y un árbol navideño de ganchillo y miles de luces en la plaza y el Belén del Colasu y regurgita con efervescencia la Navidad esencial. La que, incomprensiblemente, no guarda relación con leds ni resinas coloreadas; la que ya vivía aquí, antes de Haendel y Williams. La que llena cada año de acondicionador las melenas de las espelurciadas como yo. La que hace que me resqueme la aorta cuando en los colegios, ya no haya festival de Navidad porque el palabro es persona non grata en el mundo de la "incomprensible tolerancia menos con lo mío". Y me viene a la memoria REM, una niña disfrazada de ángel con unas alas de porespán, diseñadas y cortadas por el escaparatista de Alpelayo, que, cuando cansó de tener las manos enlazadas en ferviente oración ante el pesebre, se puso a aplaudir cada actuación ante la Sagrada nueva familia. Porque, sí. Porque hay que estar como hay que estar, sin ofender; pero, sin dejarse ningunear. Qué menudo par de plumas me gasté yo ese año. Cansé de aquellas enormes alas de arcángel. Prometo quedarme con los árboles de ganchillo y los belenes con arena de la playa. Prometo gastar acondicionador capilar todo el año. Pero, sobre todo, prometo por estar en caballería ligera en la batalla para que todos, todos, podamos eruptar espumillón sin complejos ni falsos mitos. La Navidad (para los que estén perdidos) no tiene color político. Tampoco tiene nada que ver con Franco ni con Vox, ni con el PSOE, ni el PP; Rivera no pinta nada en esto. Quedarse tranquilos. Es mucho más heavey que todo eso. Es lo que me une con gente tan distinta como Junqueras. Dejaros llevar. ♥️

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